México.-En el corazón de San Fernando, Tamaulipas, una madre desgarrada por el dolor y la incertidumbre sigue aferrada a la esperanza de encontrar a su hija perdida en las sombras del crimen organizado.
Rosa Hilda Cisneros, una valiente buscadora perteneciente al colectivo Madres Unidas por Nuestros Hijos San Fernando Tamaulipas, lleva años inmersa en una odisea en busca de respuestas que han eludido a su familia desde el 12 de mayo de 2012.
Rosa Hilda nos transporta al momento en que su vida cambió irremediablemente. Una tarde común en su negocio de venta de ropa se tornó en acto más del crimen organizado cuando una camioneta negra irrumpió en sus vidas.
Madre e hija, sumidas en la cotidianidad de sus teléfonos, fueron arrancadas violentamente de su rutina por individuos cuyas intenciones resonarían en los recuerdos de Rosa Hilda para siempre.
«Mi hija y yo estábamos en nuestros teléfonos, en eso ellos llegaron y nos los quitaron», relata Cisneros. Los secuestradores, que fueron presuntamente enviados por un líder criminal, ejecutaron el rapto de madre e hija sin contemplaciones.
Uno de los secuestradores intentó quitarle la vida de Rosa Hilda con una arma que, afortunadamente, se encasilló y no logró su cometido. Pero el destino tenía otros planes y la separación forzada entre madre e hija se volvió inevitable en un rincón olvidado de San Fernando, donde el tiempo parecía detenerse en el vacío de la incertidumbre de Rosa Hilda.
«Entre todos se llevaron a mi hija, y luego vinieron por mí los tres. Me aventaron a una camioneta, uno de ellos se puso encima de mí, sobre mi cabeza, yo ya no pude moverme».
Tras ser llevadas en la misma camioneta, llegaron a un punto lejano de San Fernando, donde madre e hija fueron separadas.
«Se paró (la camioneta) en un lugar donde como que cambiaron a mi hija (a otro vehículo) y ya no supe más, me llevaron a un lugar, no supe a dónde», relató la señora Rosa Hilda con tristeza, pues fue la última vez que supo algo de Dulce Yameli.
Tras el ataque, la madre fue transportada a un destino desconocido, Cisneros, gravemente herida por la violencia sufrida durante el secuestro, fue dejada en un edificio y custodiada por un hombre que consumía estupefacientes y quien se quedaba dormido a su cuidado, un criminal que la «cuidó».
Rosa Hilda logró escapar después de dos días de cautiverio. «Me desaté y lo dejé que se durmiera, y le di con un bate que tenía ahí», describiendo el momento de su liberación.
A pesar de lograr salir, el tormento de la incertidumbre persistió para la señora Cisneros.
«Yo me eché a correr, no había nadie, era una casa sola, le grité a mi hija, pero no había nadie más», tras lograr salir del edificio donde estuvo retenida por dos días logró escuchar el canto de un gallo.
Siguió el canto de un gallo, hasta que llegó a la propiedad de dos «viejitos» que la reconocieron en cuanto la vieron: «Mira, es la señora de los tenis», que la conocían pues su negocio era conocido en San Fernando. «¿Qué andas haciendo?, mira cómo vienes», le cuestionaron a la mujer que se apareció en su puerta sin saber que recién había recuperado su libertad.
Rosa Hilda les pidió que la escondieran, les contó lo que había vivido hace tan solo segundos, sobre su escape y el peligro que corría. La dejaron quedarse, pero por la hora le recomendaron que se quedara hasta que amaneciera, debido a que eran las 04:00 horas, ellos le dijeron en cuanto lo preguntó, así que la acogieron y escondieron debajo de su propia cama, donde ellos se acostaron para escuchar la historia de la madre que consiguió escapar del crimen organizado.
«En cuanto se acostaron, yo les empecé a contar todo lo que había vivido, en eso me dicen que me duerma y que mañana vamos a la carretera para hablarle a mi esposo, amaneció, y ellos le marcaron a mi esposo y él fue a recogerme».
En cuanto su esposo fue por ella, él la llevó a Monterrey en búsqueda de conseguir tranquilidad. «¡Dónde está mi hija!», le preguntaba a Rosa Hilda, pero la mujer no tenía respuesta para darle.
La madre tuvo que ser sometida a múltiples operaciones tras ser llevada a Nuevo León, desde una donde le quitaron el pisiforme, el hueso en forma de guisante que se encuentra debajo del pulgar, hasta una intervención en sus rodillas, secuelas de su tiempo en cautiverio. Cuenta que su recuperación tardó un año.
Desde entonces, la vida de Cisneros se ha convertido en una búsqueda constante. A pesar de las dificultades y los desafíos, nunca ha cesado en su esfuerzo por encontrar a su hija. «Mi esposo comenzó la búsqueda, como quiera yo ya me recuperé y comenzamos entre mi esposo y yo a buscar», expresó.
Con el apoyo de su esposo y la colaboración del colectivo Madres Unidas por Nuestros Hijos San Fernando Tamaulipas, donde Rosa Hilda Cisneros continúa se unió con la esperanza de reunirse nuevamente con su hija, Dulce Yamelí González.
«Llevamos (localizadas) más de 300 fosas clandestinas con restos. (…) yo no tengo miedo, o sea, yo no le debo nada a nadie. Yo solamente quiero encontrar a mi hija, ¿Dónde está mi hija?»