La historia de Jazmín García y Andrés Castro, víctimas de una tragedia que expuso el abandono de la infraestructura pluvial
Ciudad Juárez.– Era una mañana lluviosa en septiembre de 2007. Las calles de la ciudad estaban empapadas por horas de tormenta incesante, y los juarenses intentaban continuar con su día a pesar del mal clima. Pero en la intersección de la avenida Ejército Nacional y Valentín Fuentes, en la zona del Infonavit Casas Grandes, el pavimento ocultaba una trampa mortal.
Esa mañana, una niña de apenas 12 años y un guardia de seguridad de 42 perdieron la vida tras ser tragados por un drenaje colapsado, cuyas condiciones estructurales habían sido ignoradas por años. A 18 años de distancia, este caso sigue siendo uno de los episodios más dolorosos en la memoria urbana de Juárez.
Jazmín de Jesús García Baca, estudiante de la Escuela Secundaria Federal Número 6, caminaba junto a su madre rumbo a clases. Faltaban pocos minutos para las 7 de la mañana, y la ciudad apenas despertaba.
De un momento a otro, el suelo bajo sus pies cedió. Un colector pluvial, con más de tres décadas de antigüedad, colapsó por dentro tras el acumulamiento de agua y basura, generando un hueco en la banqueta que succionó a la menor como si se tratara de un torbellino. Su madre, aterrada, pidió ayuda desesperadamente.
Uno de los testigos fue Andrés Castro Azcárate, guardia de seguridad de la maquiladora COPIN, quien acababa de salir de su turno. Viajaba en un camión de transporte público que pasaba justo por el lugar cuando escuchó los gritos.
Andrés no dudó. Se bajó del autobús, corrió al sitio del colapso y se arrojó a la corriente en un intento desesperado por salvar a Jazmín. Pero el flujo subterráneo de aguas negras era tan poderoso que lo arrastró también. Fue la última vez que alguien los vio con vida.
La escena pronto se llenó de equipos de rescate, bomberos, Cruz Roja y un grupo especial de buzos de la Border Patrol. La tragedia conmocionó a la comunidad juarense. Mientras las cámaras de televisión captaban la angustia de las familias y la impotencia de los rescatistas, las autoridades locales enfrentaban una pregunta dolorosa: ¿cómo pudo pasar esto?
Un sobreviviente, Abel Guajardo, también intentó ayudar y fue arrastrado por el flujo. Logró aferrarse a una estructura de concreto y salir con vida. Su testimonio fue clave para entender la fuerza brutal de la corriente subterránea y la magnitud del riesgo que presentaba la infraestructura urbana.
Después de casi cuatro horas de intensa búsqueda, los cuerpos de Jazmín y Andrés fueron encontrados en un campo algodonero a varios kilómetros del punto del hundimiento. Ambos estaban atrapados en una trampa metálica instalada por la Junta Municipal de Agua y Saneamiento (JMAS) en el canal colector a la altura del Paseo de la Victoria.
El hallazgo cerró una tragedia y abrió una herida, no solo para las familias, sino para toda la ciudad. El caso desató una oleada de críticas contra las autoridades municipales y estatales, especialmente por el abandono en el mantenimiento del drenaje sanitario, cuyas fallas habían sido advertidas por vecinos en años anteriores.
El colector colapsado tenía más de 35 años de antigüedad, sin mantenimiento integral ni revisión estructural. Vecinos del sector afirmaron que, desde hacía meses, se percibía un “hundimiento ligero” en la banqueta donde ocurrió el accidente. Nadie atendió los reportes.
El informe final de Protección Civil determinó que el colapso fue resultado de deterioro estructural agravado por la saturación de aguas negras, basura, y falta de refuerzo. Aun así, nadie fue sancionado administrativamente, ni se procedió penalmente contra funcionarios públicos.
Tras la tragedia, las autoridades prometieron un programa de revisión profunda de los drenajes pluviales en zonas críticas de la ciudad, así como la creación de mapas de riesgo urbano. Sin embargo, especialistas en infraestructura urbana han advertido que pocas de esas acciones se materializaron con continuidad.
En los años siguientes, Juárez ha enfrentado inundaciones recurrentes, hundimientos menores y colapsos parciales en distintos sectores de la ciudad, lo que revela una deuda pendiente con la memoria de Jazmín y Andrés.
Cada año, familiares de las víctimas, vecinos de la zona y activistas urbanos recuerdan la fecha con dolor y exigencia de justicia. Aunque el caso se ha desvanecido en la agenda pública, para quienes vivieron ese día, la herida sigue abierta.
“Andrés fue un héroe. Nadie se lo pidió, él solo quiso ayudar. Daba su vida por cualquiera. Hoy no está, pero dejó una lección: no basta con tener valor, también necesitamos gobiernos que cuiden nuestras calles”, declaró un excompañero de trabajo del guardia.
La historia de Jazmín García y Andrés Castro es más que una tragedia; es un símbolo del abandono, de la indiferencia institucional y del valor humano frente al desastre. Dieciocho años después, Ciudad Juárez sigue expuesta a los mismos peligros, mientras sus ciudadanos caminan cada día sobre banquetas que podrían colapsar sin aviso.
Recordar este caso no es solo un acto de memoria, sino una exigencia para que la ciudad no vuelva a llorar bajo la lluvia.
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