Con uniforme de policía y corazón indígena, Liliana patrulla las calles de Chihuahua sin olvidar su origen
Ciudad de Chihuahua.– Liliana Moreno Holguín no es una policía cualquiera. Es agente de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado (SSPE), pero también es mujer, indígena rarámuri, hija de Bocoyna y ejemplo de superación para toda una comunidad que ha vivido por años entre el olvido, la pobreza y la violencia.
Desde marzo del 2021, Liliana forma parte del grupo de Proximidad Social de la Policía Estatal. Ingresó con el objetivo claro de ayudar a los suyos, aquellos que como ella crecieron viendo injusticias, maltratos, alcoholismo y abandono. Su historia es el reflejo de miles de mujeres indígenas que luchan contra la marginación… pero esta vez con una placa al pecho y un orgullo que se nota en cada paso.
Desde niña, Liliana soñó con convertirse en policía. No para tener poder, sino para ayudar. Con el respaldo de sus padres, quienes la impulsaron sin imponerle límites, logró ingresar al Instituto Estatal de Seguridad Pública (IESP), donde pasó seis meses de entrenamiento intensivo como cualquier otro aspirante.
Se graduó con honores y fue seleccionada para integrarse al grupo de Policía de Proximidad, un cuerpo especializado en el contacto directo con las comunidades.
“Decidí entrar por superación personal. Es un trabajo para valientes, y como quiero ser valiente, me metí… pero también porque quiero ayudar a mi gente. Vi mucho maltrato, mucho dolor. Quiero cambiar eso”, dijo Liliana con firmeza.
Aunque ahora patrulla las calles en uniforme, Liliana nunca deja de portar sus colores tradicionales. Cuando visita a su familia en sus días libres, se pone su vestimenta típica, recordando quién es y de dónde viene.
“Estoy muy orgullosa de ser ralámuli. Eso nunca va a cambiar. Mi cultura es mi fuerza”, dice mientras ajusta su rebozo.
Su sola presencia en la corporación rompe estigmas y abre camino a nuevas generaciones de niñas indígenas que ahora pueden imaginarse en lugares donde antes solo veían puertas cerradas.
Liliana no oculta su motivación. Más allá del sueldo o el uniforme, lo que la mueve es la posibilidad de proteger a niños, mujeres y ancianos, especialmente en zonas rurales donde la violencia de género y la marginación siguen presentes.
“Siempre viví entre maltrato y adicciones. Quiero que los niños que crecen allá tengan una vida mejor que la mía”, comenta con serenidad, aunque sus ojos muestran el peso de esa misión.
Fue el 22 de marzo de 2021 cuando su vida cambió. Ese día fue dada de alta como agente estatal, y desde entonces no ha dejado de crecer.
Hoy es referente dentro de la institución y ejemplo viviente de que las mujeres indígenas también pueden ser autoridad, respeto y cercanía con su pueblo.
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