Ciudad Juárez.— La aparición de una manta con mensajes contra mandos de la Guardia Nacional en el Valle de Juárez volvió a poner en evidencia la tensión y desconfianza que persiste en una región que, pese a los años, no ha logrado sacudirse la sombra de la violencia.
El hallazgo ocurrió la noche del lunes en la colonia Granjas de Chapultepec, donde una lona blanca fue colocada sobre una malla ciclónica. En ella se mencionan los nombres de cuatro comandantes y sargentos pertenecientes a los batallones 31 y 32 de la Guardia Nacional, a quienes se acusa de colaborar con grupos criminales que operan en la zona.
El texto, supuestamente firmado por agentes inconformes dentro de la propia corporación, señala que los mandos habrían recibido dinero a cambio de permitir el paso de drogas, migrantes y hombres armados por los caminos del Valle.
El mensaje cierra con dos palabras que suenan más como reclamo que como esperanza: “Justicia y Paz”.
Más allá de su contenido, la manta revela una realidad conocida por todos los habitantes del Valle: el hartazgo ante años de miedo, impunidad y abusos.
Desde la llamada “guerra contra el narcotráfico”, iniciada a mediados de los 2000, esta región fronteriza ha sido escenario de enfrentamientos, desapariciones, ejecuciones y desplazamientos forzados.
En los pueblos del Valle, donde la vida solía girar en torno al campo, las familias aprendieron a vivir con retenes, cateos y extorsiones, sin saber si el peligro venía del crimen o de los uniformes.
“Aquí nadie confía en nadie. Un día los soldados te cuidan, al otro te revisan, y a veces te quitan lo poco que tienes”, dijo un poblador que pidió el anonimato.
El contenido de la manta apunta directamente a cuatro mandos de los batallones 31 y 32, quienes presuntamente mantendrían nexos con organizaciones delictivas que controlan rutas de trasiego en el Valle.
Fuentes extraoficiales señalan que las autoridades federales ya investigan el origen del mensaje y su posible autenticidad, aunque hasta el momento no se ha emitido un comunicado oficial por parte de la Guardia Nacional ni de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
El Valle de Juárez se ha convertido en el símbolo de una guerra que nunca terminó.
Aunque la presencia militar es permanente, las comunidades siguen enfrentando violencia estructural, pobreza y abandono institucional.
Las mantas, los rumores y las denuncias públicas se han vuelto parte de una narrativa constante: la de una región donde la autoridad y el crimen se confunden en la percepción de sus habitantes.
“Aquí lo único que cambia es el uniforme. El miedo sigue siendo el mismo”, comentó un exfuncionario municipal de la zona.
Analistas de seguridad advierten que el caso vuelve a mostrar los efectos colaterales de la militarización en las tareas de seguridad pública.
Aunque se buscaba pacificar la región, la presencia del Ejército y la Guardia Nacional no ha resuelto los conflictos locales, y en muchos casos ha profundizado la desconfianza entre la población.
El Valle, con sus caminos de tierra y casas vacías, sigue siendo el retrato de un país donde la violencia se normalizó, y donde las mantas sustituyen a los informes oficiales como testimonio de lo que realmente ocurre.
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