La realidad de quienes mantienen vínculos afectivos con personas privadas de la libertad; amor, resistencia y rutinas que se vuelven costumbre
La escena se repite cada semana afuera del Cereso Estatal Número 3 de Ciudad Juárez: decenas de familiares de personas privadas de la libertad formados desde temprano, soportando frío, llovizna o sol intenso con tal de ingresar a la visita. Para muchos, esta espera se ha convertido en una rutina cargada de emociones, sacrificios y, para algunos, actos de amor que desafían la distancia y las circunstancias.
El acceso a la visita familiar o conyugal implica pasar filtros, revisiones, tiempos prolongados de espera y, en ocasiones, condiciones climáticas adversas. Sin embargo, miles de personas lo hacen sin faltar, mostrando una realidad poco visibilizada en el entorno penitenciario: la red afectiva que permanece, incluso cuando un ser querido está preso.
Esperar bajo la llovizna: una rutina que se vuelve parte de la vida
La imagen de familiares bajo la llovizna, con paraguas improvisados, chamarras mojadas y niños envueltos en cobijas, refleja una realidad que pocas veces se menciona. Para ellos, la visita no solo es un trámite; es la única oportunidad de ver a sus hijos, hermanos, esposos o parejas después de días, semanas o meses.
El acceso puede tomar horas, especialmente en días de clima adverso. Aun así, nadie se mueve de la fila. Muchos llegan antes de la apertura oficial para alcanzar un turno favorable, pues el proceso de ingreso suele ser lento y minucioso.
Para estas familias, el clima deja de ser un impedimento: se convierte en parte del camino que deben recorrer para mantener el vínculo con quien está adentro.
Visitas conyugales: relaciones que resisten al encierro
Otro aspecto que forma parte de la vida del Cereso 3 son las visitas conyugales, una dinámica que sorprende a quienes desconocen la vida interior de los penales. A pesar del encierro, muchas parejas mantienen su relación activa, fortalecida o deteriorada por la distancia, pero presente.
Algunas mujeres y hombres continúan su relación con personas privadas de la libertad durante todo su proceso, incluso cuando la sentencia es larga. Las visitas conyugales permiten preservar cierta intimidad, un derecho reconocido por ley, aunque rodeado de controles, horarios estrictos y revisiones.
En varios casos, estas relaciones nacieron antes de que la persona entrara al penal; en otros, surgieron después, a través de cartas, llamadas o redes de apoyo vinculadas al entorno penitenciario.
Un sistema que exige resistencia emocional y económica
La visita al penal implica mucho más que esperar en una fila. Para las familias, representa un esfuerzo en varios niveles:
Económico
- Pago de transporte
- Compra de alimentos o artículos permitidos para ingresar
- Gastos adicionales en días especiales
Emocional
- La incertidumbre sobre el estado del interno
- El trato institucional
- El desgaste por las largas esperas
- La ansiedad propia del entorno penitenciario
Familiar
- Organización del cuidado de hijos o adultos mayores
- Ajuste de horarios laborales
- Ausencias prolongadas debido al tiempo que toma la visita
A pesar de todo, la visita se mantiene como un ritual que sostiene el lazo entre ambos mundos: el de afuera y el de adentro.
El Cereso 3, un penal con historia y retos
El Cereso Estatal Número 3 es una de las cárceles más conocidas de la región debido a episodios críticos ocurridos a lo largo de los años, así como por la cantidad de internos que concentra. Estas características convierten las visitas en procesos altamente controlados y, en ocasiones, saturados.
Días de clima extremo, operativos especiales o auditorías internas suelen provocar retrasos adicionales, lo que alarga las filas y obliga a los familiares a permanecer horas en la intemperie.
Aun así, la presencia de familiares afuera del penal nunca se detiene.
Historias que se repiten en silencio
Cada fila afuera del Cereso 3 guarda historias diferentes:
- La madre que acude cada semana con comida y ropa limpia.
- La esposa que viaja desde otra ciudad para ver a su pareja.
- La hermana que cuida a los sobrinos mientras esperan el acceso.
- La pareja joven que mantiene viva su relación pese a la distancia penitenciaria.
- Los hijos que esperan con nerviosismo el momento de ver a su papá.
Son historias que rara vez aparecen en noticias, pero forman parte del tejido humano que rodea a los centros penitenciarios.
El amor como acto de resistencia
Para muchos, visitar a un familiar preso es un acto de amor en condiciones extremas. Las horas bajo la lluvia, el frío, las revisiones y las restricciones son parte de un camino que no cualquiera está dispuesto a recorrer.
El sacrificio que realizan estas familias recuerda que la privación de la libertad no afecta únicamente a la persona interna, sino también a quienes la aman y permanecen afuera.
Entre la rutina y la esperanza
Aun cuando el clima se complica o los horarios se alteran, las filas continúan avanzando. Algunas personas llevan termos con café caliente, cobijas o plásticos para cubrirse de la llovizna. Otras comparten alimentos o pláticas para hacer más ligera la espera.
Para la mayoría, la motivación es la misma: ver a su familiar aunque sea unos minutos, saber que está bien y recordarle que no está solo.
La importancia del acompañamiento institucional
Especialistas señalan que el Estado debe garantizar:
- Espacios de espera dignos
- Información clara y oportuna
- Trato respetuoso por parte del personal
- Agilidad en los procesos de revisión
- Protección especial para niños, mujeres embarazadas y adultos mayores
Las condiciones climáticas extremas subrayan la necesidad de contar con áreas de resguardo adecuadas para las familias, quienes desempeñan un papel fundamental en la reinserción social de los internos.

