Por Héctor González
Para Gabriel Medina una forma de ser feliz consiste en estar alejado de las noticias. Bajo esa norma vive hasta que un día descubre que su terapeuta es capturado por la policía, en un intento por ayudarlo se sumerge en una vorágine alucinante que lo llevará involucrarse en un escándalo mediático.
¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira?, cuestiona Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960) en El fin de la tristeza (Literatura Random House), su nueva novela. Escrita en tono de thriller, el narrador ganador de los premios Herralde y Tusquets, nos lleva por un relato sugerente y provocador que nos hará dudar de todo aquello que entendemos como realidad.
Inicias el libro con una pregunta al lector, déjame parafrasearla para ti. ¿Te has encontrado con alguien desconocido con quien sientas una conexión tal que te haga pensar que podrías tener una relación especial?
Es algo que me pasa con frecuencia, desde joven me sucedía que mientras iba al trabajo y tomaba el metro me encontraba con la misma gente y me preguntaba con cuántos de estos podría terminar siendo gran amigo o si quizá alguna podría ser la mujer de mi vida. Creo mucho en el poder de la casualidad, me interesa lo inesperado y las relaciones que se establecen secretamente… tampoco puedes ir por la vida parando desconocidos.
Ahora que lo mencionas, en la novela está presente la casualidad, pero también la causalidad.
De acuerdo, hay, además, una especie de antagonismo o contraposición entre un mundo hiper informado frente a otro donde no se sabe nada y funciona lo inesperado. Ambas fuerzas están presentes en todo lo que le pasa a Gabriel Medina.
Además, en El fin de la tristeza hay varios de los temas que te han obsesionado en tu carrera como la enfermedad y los medios de comunicación.
Cierto, las obsesiones nos definen. Hay temas que circulan en todo lo que escribo, además de los que citas está mi relación con mi país o la familia. En la novela todo está arropado por una pregunta: ¿qué es lo real? ¿Hasta que punto podemos percibir o no lo que ocurre en nuestra relación con los otros?
Unas preguntas muy pertinentes en una época donde las imágenes son manipulables.
La idea del simulacro es muy interesante para definir está época y sí, tiene mucho que ver con la novela. Gabriel Medina empieza a dudar de todo, de los medios, las autoridades, de las redes sociales. Al final termina dudando de sí mismo y de su capacidad para saber qué es lo real. Me parece que este es un proceso que nos puede pasar a todos.
De hecho, vive en un estado de ansiedad constante…
Claro, al punto que Gabriel Medina intuye que ahí puede estar el origen de su tristeza. El título del libro me permitía hacer un juego porque la palabra “fin” funciona como final, pero también como objetivo. Hasta que punto en sociedades como las nuestras donde el sistema está desbordado, donde cada vez hay un poder con menos instituciones, donde hay muchas formas de violencia y medios descontrolados, generan una sociedad triste, desesperanzada, apagada o desmovilizada.
Mientras leía tu novela recordé El hombre amansado, de Horacio Castellanos Moya que versa desde otra perspectiva sobre un tema parecido.
En algún momento mi protagonista dice: “solo soy una persona que no se siente a gusto con la historia en la que vive”. A nosotros nos ha tocado un momento complicado en el mundo y no me refiero solo a las guerras, me refiero también a las crisis de representación política que en América Latina son más claras. La crisis de las instituciones, de la violencia y de los medios de comunicación, tienen una representación concreta en el caso de mi país, Venezuela, donde nos los ciudadanos nos hemos quedado sin posibilidad de una verdad en la que coincidamos todos más allá de que la vino tinto es nuestra selección de futbol. Hay tantas versiones de lo real y todas amenazantes, todo eso me parece interesante y por eso se registra. Uno escribe sobre lo que le duele o no entiende, uno escribe para intentar relacionarse mejor con los demás.
Algo parecido sucede en México, hay una verdad que se transmite todos las mañanas y otras verdades que intentan desmentirla.
Hay un ciudadano cada vez más indefenso y reducido porque cada vez tiene menos institucionalidad o poder a causa de las violencias oficiales y criminales. Además, tiene menos recursos para decidir y por tanto se va volviendo más mediocre o triste.
En este sentido, la posición de Gabriel Medina de evadir la realidad es cada vez más común.
Claro, incluso en algunos contextos apagar la realidad o evadirla, puede ser lo más saludable. Cuando no puedes cambiar las realidades, tampoco puedes vivir estrellándote contra ellas. Pienso, por ejemplo, en los influencers, las redes son el espejismo más perfecto creado por el ser humano para suponer que lo virtual es real. Brindan sensación de compañía, poder o te hacen creer que estás informado, aunque en realidad solo leíste media frase.
¿Esta novela es producto del desencanto o decepción de la época?
Normalmente no tengo muy claro el proyecto de una novela, desarrollo intuiciones. La escritura para mí es una forma de conocimiento, a medida que escribo descubro qué quiero contar. Al principio quería hacer contar una historia sobre las dificultades en las relaciones con los demás, pero poco a poco se transformó y se convirtió en El fin de la tristeza. Nunca me he hecho está pregunta, pero supongo que puede haber una reflexión más madura o preocupada con respecto a la realidad y las posibilidades de vida en nuestra sociedad. Ahora que me lo preguntas me quedaré pensando en el motor anímico o emocional que está detrás del libro.
Atrás de ti veo un pizarrón, en contraste con lo que comentas pensaba que eras más esquemático para escribir.
Es interesante, el pizarrón funciona para mi trabajo como guionista, en ese formato sí cuido unas reglas muy estrictas donde además tengo parámetros relacionados con el presupuesto; en cambio en la literatura me desboco, soy más ambiguo e improvisado. Alguna vez escuché a Vargas Llosa decir que cuando escribía una novela tenía todo muy organizado y con fichas sobre lo que va en cada capítulo. A mí me pasa lo contrario, tengo algunos archivos a veces tengo claro el final, pero lo cierto es que voy a ciegas.
Me sorprende lo que dices porque una de las cosas que enganchan de tus novelas es el ritmo.
Sí, pero es que las escribo muchas veces. Me fascina reescribir, he llegado a pensar que me gusta más corregir que escribir, entonces pulo mucho el ritmo.
¿Tienes alguna referencia musical cuando escribes?
Sí, a veces suelo escuchar pianistas, Keith Jarret por ejemplo. Escucho de todo, aunque para esta novela, no sé si por la pandemia, pero escuché mucho pianista.
¿La empezaste a escribir durante la pandemia?
No, antes, pero durante la pandemia avancé y corregí. Hice varias versiones, comencé a escribirla en primera persona, pero me detuve y me fui por la tercera persona del plural, aunque luego hice otros ejercicios.
¿En su versión más extensa cuántas páginas llegó a tener?
En la última poda le quite como setenta páginas.
¿Tienes por norma la concreción?
Sí, me gusta mantener la eficacia narrativa, con un todo directo, frases cortas, pocas subordinadas y poca adjetivación.
¿Qué es la eficacia narrativa?
No sé, hay un libro fascinante de cartas de Scott Fitzgerald donde se incluyen las que escribía a Hemingway, y en una de ellas le dice que en uno de sus libros encontró treinta páginas en las que no dice nada importante sobre la historia, “es puro adorno para que te sientas bien tú, ¿por qué no las borras”, le sugiere. Esa es mi idea de eficacia narrativa, viene mucho de la tradición sajona.
Para las pulgas de Hemingway, ¿qué le respondió a Fitzgerald?
Creo que se terminó la amistad.